Escribe Julio Antonio Gutiérrez Samanez
Son ya 69 años desde la
fundación de las fiestas del Cusco y su actividad emblemática: El Inti-Raymi,
que nacieron como fruto de una revolución cultural propuesta por un líder
social visionario que logró consensuar su idea en el IAA -institución matriz de
la cusqueñidad- y en el conjunto de autoridades y la sociedad cusqueña de su
tiempo.
Entre muchas ideas, el Dr.
Vidal Unda sugirió que tuviésemos “un día para reunirnos y acordar las medidas
que deben tomarse para remediar las necesidades cusqueñas y discutir sobre las
cosas que nos faltan y ponernos de acuerdo sobre lo que debemos hacer”. Es
decir participar como pueblo, como colectivo, en la dirección verdaderamente
democrática de la sociedad y el progreso. Tal visión genial no se había llevado
a efecto hasta hoy, en que, con este coloquio, rompemos la inercia y nos
aprestamos a evaluar junto con los elementos más lúcidos de nuestra sociedad, el
impacto de ese tiempo representativo que se movilizó tras un mito unificador y
creador que recuperó y creó símbolos, recuperó tradiciones y reinventó ritos,
para elevar el sentimiento afectivo de los cusqueños por su pasado glorioso,
por su presente prometedor y, lo que es primordial, constituyó un proyecto de
modernidad, para lanzar a la vieja ciudad andina al mundo, como un polo de
atracción turística y de desarrollo socio económico, en plena hoguera de la
segunda guerra imperialista mundial por el reparto de los mercados. El
cusqueñismo, un mito unificador localista arrastró, en esos días, más
multitudes que las convocadas por la religión católica o por el movimiento
político social.
El paso del tiempo
anquilosó y cristalizó los ímpetus renovadores y creativos hasta convertirse en
un conjunto de ceremonias oficiales, feriados, fanfarria, derroche, jolgorio, fuegos
artificiales, brillos de oropel y un carnaval de competencia de marketing entre
las empresas comerciales auspiciadoras. Se rescató la forma externa, dejándose
de lado el contenido, el espíritu, la reflexión crítica, la meditación sincera
y libre.
Por eso, es preciso
innovarse, para no seguir viviendo cómodamente de las glorias pasadas y de las
invenciones de lúcidas generaciones pretéritas. Es necesario que nuestra
generación diga su palabra proponga sus tareas y cumpla sus acciones, mandatos
y deberes. Necesitamos hacer un balance de siete décadas, para realizar una reingeniería
con nuevos paradigmas, nuevas metas a cumplirse, para redefinir nuestra
identidad cultural. Para estar a tono con los tiempos de la tecnología
informática y la era digital que están revolucionando al mundo y a las
mentalidades.
Todavía estamos anclados en
las contradicciones insolubles del pasado, el desencanto y la “memoria del bien
perdido”, en los odios de campanario o de secta, en la mediocridad de las
luchas político partidarias que escindiendo la sociedad, no han hecho sino
generar atraso, subdesarrollo, entre suspicacias, odios de clase, de familias,
de barrios, de pandillas, con persecuciones venales, inquisiciones, en fin,
mezquindad vergonzosa y egolatría abominable. Si la politiquería partidarizada
nos divide en sectores enemigos irreconciliables, tomemos como ejemplo aquella edad
dorada de la unificación cusqueñista-, construyamos, otro mito unificador capaz de desatar las
ataduras del alma colectiva y que haga brotar otra centuria de grandes realizaciones:
el mito del Renacimiento, el inkarry o el pachacutiy, el retorno, ya no del
inca del pasado, porque la historia no es un proceso que retrocede, sino una
nueva sociedad que revindique al incario en un movimiento espiral creciente, en
un nivel superior, desde las propias raíces hasta la modernidad globalizada, y
que lo presente como una práctica económico social, digna, creativa y capaz de
generar nuevos portentos en la ciencia, el arte, las letras, la economía, la
tecnología y la reconstrucción social, con equidad, inclusión y justicia. Es
increíble que el mundo admire Machupicchu, pero olvide la formación económico
social que lo construyó, porque la infestación individualista y la primacía de la
propiedad privada en nuestra mente, nos impiden comprender los logros del
trabajo colectivo ordenado y voluntario que conocemos como ayni, que los
campesinos modernos han adaptado aún a las condiciones del sistema capitalista
imperante. Tomemos la parte revolucionaria y transformadora del mito que el
pensador peruano José Carlos Mariátegui explicó diciendo que: “la fuerza de los
revolucionarios no está en su ciencia, está en su fe, en su pasión, en su
voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del mito…”
y esta es una clave importante para nosotros.
El cusqueñismo, como
sentimiento emotivo de amor a la tierra natal, ha brindado la posibilidad de pensar
al Perú desde dentro de sus venas y neuronas, con cabeza propia, allí están las
obras del Inca Garcilaso, Clorinda Matto, Ángel Vega Enríquez, Uriel García,
Luis E. Valcárcel, Roberto Latorre, profetas del indigenismo y la cusqueñidad,
cuyo fruto del pensamiento alumbró el discurso de la peruanidad, de cuyo venero
bebieron Riva Agüero, Porras, Basadre, Sabogal, Tello, Haya de la Torre,
Mariátegui, Víctor Andrés Belaúnde, Arguedas, Zuidema, Murra, Rowe, Rostworowski,
Macera, Franklin Pease, Burga y Flores Galindo y, más cercanos a nosotros, Vidal
Unda, Román Saavedra, Fuentes Lira, Gutiérrez Loayza, Yépez Miranda, Caller, Chávez
Ballón, Barreda Murillo, Tamayo Herrera, Daniel Estrada, Valencia Espinoza y
Flores Ochoa. Paladines del pensamiento y la acción ética y moral del
cusqueñismo
El cusqueñismo, base de la
peruanidad nutrió al pensamiento latinoamericano y andino. Ahora se habla de una
filosofía andina, que rescata la sabiduría de los pueblos indígenas,
deslindando con la filosofía eurocentrista occidental, en obras de Estermann,
Mejía Huamán, Pacheco Farfán, Manrique Enríquez. Oponiendo el paradigma andino
de conocer la naturaleza para adaptarse a ella, al paradigma occidental-norteamericano
del capitalismo salvaje, de dominar la naturaleza para explotarla,
contaminarla, desertificarla y, explotar, igualmente, a la mayoría del género
humano para mantener el despilfarro y el consumismo demencial de una pequeña
parte privilegiada.
Por eso estas fiestas
locales deben salir de la chatura intelectual y pueblerina, mediocre y convertirse
en el gran Raymi de la peruanidad y de la cultura andina. Es decir propiciar un
Renacimiento, no solo para darle al Cusco mayor prestancia de la que ya posee,
sino para retomar, no en la retórica sino en el terreno práctico, el liderazgo
real que aún no posee, reinventando o revolucionando sus instituciones, su
universidad tri-centenaria que todavía no ha logrado salir del marasmo y del
pantano de la politiquería criolla, en perjuicio del avance de la ciencia y la
investigación, pues debía servir a su pueblo. El turismo: “tarea de todos”, ya
no puede seguir siendo “negocio de pocos”, sino fuente propiciadora de
bienestar, educación y cultura para el pueblo. La educación escolar ya no puede
ser una actividad libresca y memorística, sino creativa e innovadora con pleno
uso de las tecnologías informáticas. Porque sabemos que la sociedad moderna
está basada en la cultura y la información.
La actividad política no
puede ser patrimonio del mejor postor, que haga su inversión para recuperar después
con creces, sino una actividad entregada por mérito a la inteligencia y la capacidad.
La actividad empresarial moderna tiene que ser inclusiva, creativa, socialmente
responsable y amigable con el medio ambiente. Todo esto que suena a utopía deberá
ser logrado a corto, largo o mediano plazo por lo que debemos planificar
estratégicamente.
Es elemental que nuestros
recursos sean administrados por nosotros mismos para conseguir nuestro
desarrollo, y eso debe ser decisión popular unánime o el centralismo seguirá chupando
de nuestra sangre y disponiendo a su antojo de esas riquezas.
La empleocracia estatal
tiene que modernizarse y dejar las prácticas corruptas, todo el aparato público
tiene que servir a la sociedad y no servirse de ella. Hay que fortalecer la
participación popular, la sociedad civil y la institucionalidad.
El nuevo cusqueñismo tiene
que planificar el crecimiento de la ciudad, ahora desordenado y caótico, tiene
que poner fin a los atropellos contra el patrimonio cultural, los robos
sacrílegos y la depredación de las riquezas culturales. El nuevo cusqueñismo
tiene que ser un ejemplo a seguir para regenerar la patria entera. Se tiene que
promover la cultura, el arte, las letras y la creatividad, para hacer florecer
el talento dormido y desperdiciado de las juventudes; la mejor manera de reducir
la brecha social entre pobres y ricos, no es reprimiendo, sino impartiendo
educación, capacitación y más oportunidades. Manuel González Prada, -el escritor
peruano que hace un siglo decía que en este país donde se pone el dedo salta
pus, y que incitaba a los jóvenes a sembrar árboles nuevos para cosechar nuevas
flores y nuevos frutos-, había escrito: “la historia de muchos gobiernos del
Perú cabe en tres palabras: Imbecilidad en acción; pero la vida toda de un
pueblo se resume en otras tres: Versatilidad en movimiento”. Seamos la
expresión de esa versatilidad.
Es tiempo de sacudir la
esclerosis de los siglos y reinventar para nuestra tierra cusqueña otra etapa
de cambio con creatividad. Para eso estamos todos convocados.